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viernes, 3 de junio de 2011

El experimento

Hoy quiero hablar de una película que vi anoche y que me ha hecho pensar acerca de muchas cosas. El film en cuestión es un remake hollywoodiense de una película alemana del año 2001. Ambas están basadas en un experimento real de psicología social realizado en la Universidad de Stanford en 1971 y coordinado por el doctor Philip Zimbardo.

El estudio psicológico se centraba en la influencia de un ambiente extremo (la vida en prisión) en las conductas desarrolladas por el hombre, dependiente de los roles sociales que desarrollaban. En este caso, un grupo de 26 personas, de acuerdo en participar en el experimento, son divididos en dos grupos aleatoriamente: guardias y prisioneros, y son introducidos en una prisión simulada, donde deberán estar durante 14 días siendo continuamente grabados. Por cada día que aguanten, recibirán 1.000 dólares por persona, pero en caso de alguno abandone antes, o que no se respeten las normas o se infrinja violencia, el experimento acabará y nadie recibirá ni un céntimo.

Las normas que recibieron los guardias eran muy claras y giraban en torno a la disciplina con que debían comportarse los falsos presos: debían comerse todo lo que les ponían en el plato, no debían tocar a los guardias y no debían hablar hasta que un guardia no les hablara primero. Todos los elegidos para el experimento eran personas normales, sin ninguna clase de trastorno. Pero a medida que pasan los días, se observa como las personas normales que tenían que desempeñar el papel de guardias, se convierten en bestias sádicas que humillan, dan palizas y abusan de los presos. Por su parte, los presos adoptan una aptitud de conformidad, excepto uno, que en la película adopta una posición de crítica.

Tanto en el experimento real, como en el film, la situación se les fue de las manos y hubo que suspender el estudio. La violencia y el abuso de poder habían llegado a cotas escandalosas. Y, sin intención de destriparle la película a nadie, hay una pregunta que le hace uno de los personajes a otro hacia el final y que me hizo reflexionar: "¿Todavía sigues pensando que somos la cima de civilización?". Y es que, creemos que somos los dueños del planeta, que estamos por encima de los otros animales, bestias salvajes sin civilizar, pero sólo hace falta que alguien nos dé poder, y que este esté legitimado por una institución superior, para dejarnos llevar por nuestros más bajos instintos. Quizá no todos nosotros, pero sí una gran mayoría. Esto ya quedó claro en otros experimentos de psicología social, como el de Pilgram, o sin ir más lejos, en la Alemania nazi, o en Bosnia, en las cárceles de Abu Ghraib o en Palestina en la actualidad. Podría poner tantos ejemplos que me hace pensar en lo mucho que nos queda por evolucionar, por aprender como especie. Antes de que acabemos con el planeta y todos los seres vivos que en él habitan.




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