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lunes, 25 de abril de 2011

Otra vida, otro lugar

El otro día me dio por ponerme a mirar fotos. Siempre preferiré los álbumes físicos porque imprimen más dramatismo que los digitales, cuando los recuerdos te abruman quedará más bonito derramar una lágrima escapada sobre una página manoseada por el paso de los años que sobre el teclado del ordenador. Pero todos somos hijos de nuestro tiempo, así que archivo mis fotos en el ordenador, como cualquier hijo de vecino.

Cuando llegué a las imágenes de mi adolescencia, además de horrorizarme por mi escaso gusto a la hora de vestir y de peinarme, me salió una sonrisa agridulce. Aquellos sí que eran buenos tiempos. La vida parecía ser eterna y en un año podían pasarte cientos de cosas: tenías más de cinco relaciones porque descubrías que el chico que te gustaba ya no lo hacía y fijabas tu interés en otro, tenías un montón de planes para los fines de semana, cualquier cosa que te ocurría era fuera de lo común, conocías personas nuevas casi cada día. Y lo mejor de todo: no te preocupabas por quién eras ni dónde querías estar en dos años. No planificabas la vida, la vivías. Echo de menos aquello, la energía, la falta de miedo, la habilidad para reinventarte cada día, las ganas de comerte el mundo a bocados.

Al pensarlo me viene a la mente una pregunta: ¿qué es lo que ha cambiado?¿En qué se diferencia esa chica de las fotos de mí? Quizá sean las responsabilidades, que te hacen ser cautelosa. O las decepciones, ya sean amorosas o de cualquier otro tipo, que te provocan recelo y no dejan que te arriesgues. O las expectativas que creas en los que te rodean, que esperan que seas responsable y cabal. O tus amigos, tu familia, tus vecinos, que se van casando y teniendo hijos, y que hacen que pienses que lo que tienes que hacer es seguir el camino marcado y dejarte de improvisar. O una mezcla de todo ello.

Quizá todas estas dudas que me asaltan se deban a que me encuentro en una etapa de oscuridad, de esas de replantearte qué coño estás haciendo mal. Vete tú a saber. Pero el caso es que intentaré volver a ser aquella chica, para que cuando me de otro ataque de nostalgia no sienta que la conozco de otra vida, de otro lugar.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

En mi opinión cambiamos por el mero hecho de vivir. Nos vamos "llenando" de experiencias, de anécdotas, que van cambiando nuestra forma de ver el mundo y de actuar en él.
Al final esa chica y tú sois la misma persona, solo que separadas por una fracción de vida que ella no ha vivido y tú sí.

Un saludo ;)

Unknown dijo...

Supongo que sí, que soy la misma persona que ella, sólo que más vivida. A veces pienso que por eso, también más cínica.

Un beso.