Seguidores

lunes, 18 de abril de 2011

Final del tercer acto




He de reconocer que no soy una persona muy dada a expresar mis sentimientos, ya sea en público o en privado. También me concederé a mi misma el hecho de que soy optimista, capaz de quitarle hierro a cualquier asunto y relativizar incluso cuando no debería. Llevo tantos años representando ese papel que lo tengo perfectamente interiorizado. Y hasta ahora me ha ido bien. Pero lo cierto es que de vez en cuando una debe abrazarse al deber terapéutico de regodearse en su propia mierda, de dramatizar y de dejar salir toda esa impotencia que lleva acumulada. Todo sea por no perder la cordura.


Por eso mismo hoy diré, sin miedo a equivocarme, que puedo sentir éste como el momento en que me cerré completamente. No es que esté siendo contaminada por haber estado escuchando Nirvana y Radiohead a un volumen tan alto que no podía escuchar mis propios pensamientos durante las últimas 48 horas para desgracia de mis vecinos. Es simplemente lo que necesitaba. Y quizá lo peor de todo es que escucho voces familiares de mis amigos diciéndome frases tan trilladas como “No pasa nada, que la vida no se acaba aquí” o “No puedes hacerte la víctima, tienes que seguir adelante con tu vida”, induciéndome a mí misma a no pensar más en el asunto. Pero es que necesito ser la víctima porque, de hecho, lo soy. La vida me ha puesto muchas zancadillas a lo largo de los años. Como a todo el mundo, pensarán algunos. Sí, como a todo el mundo, pero ahora estoy hablando en primera persona. La cuestión es que ya no puedo más y no pienso preguntarme por qué a mí. Sólo exijo mi derecho a sentarme delante de la pantalla del ordenador a ver cualquier comedia romántica y llorar durante horas mientras restrinjo mi dieta a cigarrillos y Coca-Cola Light.


Esta es una reflexión, un mero ensayo que mi mente necesita vomitar aunque desconozco cual es el propósito final. Al fin y al cabo el daño ya está hecho, no hay solución mágica que lo arregle. Lo único y maravillosamente tangible es que, de ahora en adelante ya no seré la misma. No confiaré en mi misma, ni mucho menos en mis elecciones y cuando alguien me diga que la vida es larga y que estas cosas le pasan constantemente a todo el mundo, yo soltaré una carcajada interna y cambiaré de conversación. Y si la vida quiere seguir tirándome al suelo yo se lo pondré más fácil de lo que se lo ponía hasta ahora. Simplemente me cerraré, no dejaré que nadie entre. Esa es la lección que finalmente he aprendido: no puedo regalar mis afectos porque incluso la persona que no podría traicionarme nunca acaba resultando un portador del virus que poco a poco mina mi sistema.


Espero que si alguien lee esto, alguien que me conoce de verdad, sea consciente de que pasarán años hasta que vuelva a abrir la puerta de mis pensamientos. Cuando le ponga punto final a este texto volveré a seguir desempeñando mi papel de chica despreocupada y que se guarda sus sentimientos para ella misma. El show debe continuar.

1 comentario:

little blue riding hood dijo...

es curioso
siento como si yo misma hubiera escrito todo eso punto por punto
como si me hubiera puesto a vomitar sobre el teclado para vaciarme la cabeza


pues yo te seguiré también, no por reciprocidad, sino que me gusta lo que leo por aquí