Seguidores

miércoles, 27 de abril de 2011

Fumando espero


Esperamos y esperamos. Todos. ¿No sabría el psiquiatra que esperar es una de las cosas que vuelve loca a la gente? La gente espera toda su vida. Esperan vivir, esperan morir. Esperan en la cola para comprar papel higiénico. Esperan en la cola para recibir dinero. Y si no tienes dinero, esperas en colas más largas. Esperas para dormirte y esperas para despertarte. Esperas para casarte y esperas para divorciarte. Esperas que llueva, esperas que deje de llover. Esperas para comer y esperas para volver a comer. Esperas en la consulta del loquero con un montón de anormales y te preguntas si serás uno de ellos.

Pulp - Charles Bukowski



lunes, 25 de abril de 2011

God bless America


Me vengaré de mi mala suerte y me largaré de aquí. No ahora mismo, cuando acabe la carrera y sea una mujer hecha y derecha. Haré la maleta y, en un gesto dramático, miraré hacia atrás y suspiraré antes de cruzar la puerta de embarque de la terminal. Y empezarán los títulos crédito con alguna canción pegadiza como ‘Get it on’ de los T Rex. Evidentemente mi billete de avión me llevará a Estados Unidos, donde todo el mundo puede realizar sus sueños. Cómo no iba a ser esa mi ilusión si estamos hablando de un país en el que la gente se enamora en el supermercado tras haber chocado el carrito de la compra con algún ejecutivo atractivo o un artista atormentado.

Llegaré allí y pronto tendré unos compañeros de trabajo competitivos pero divertidos y mi bloque de vecinos no será como el de ‘Aquí no hay quien viva’, no señor, será como el de ‘Friends’. Tendré citas a ciegas y beberé café para llevar. Todo será maravilloso y mientras, aquí en España, la gente que me conoce dirá que me he ido “a hacer las Américas”, que suena mejor que irte “a hacer las Holandas” o irte “a hacer las Inglaterras”. Celebraré Acción de Gracias y Halloween. Puede que incluso me haga famosa, no lo sé.

Mi fabuloso novio (al que conocí en el supermercado, no lo olvidéis), que no tiene miedo al compromiso, mientras estemos viendo un partido de béisbol delante de cientos de personas, me pedirá matrimonio. Yo diré que sí (bueno diré que “yes”) y pronto tendré mis propios niños americanos que podrán asistir a un instituto de esos con taquillas y bailes de promoción. Como escena final se me podrá ver sentada en el porche de mi casa, siendo ya una entrañable anciana, balanceándome en mi mecedora y acariciando a mi perro, uno de esos del anuncio de Scottex, mientras sonrío al saber que he cumplido mi propio sueño americano.

O la mejor me quedo en Avilés y paso mi vida como el resto de españoles: trabajando ocho horas, quejándome del Gobierno, bebiendo cañas, yendo al pueblo a pasar las vacaciones de verano con mi marido y mis hijos, mis propios niños españoles que acudirán a un instituto sin taquillas y sin bailes de promoción, perpetuando así la especie de “Spañolis Comunes”, y viendo películas americanas en las que otros cumplen sus sueños.



Otra vida, otro lugar

El otro día me dio por ponerme a mirar fotos. Siempre preferiré los álbumes físicos porque imprimen más dramatismo que los digitales, cuando los recuerdos te abruman quedará más bonito derramar una lágrima escapada sobre una página manoseada por el paso de los años que sobre el teclado del ordenador. Pero todos somos hijos de nuestro tiempo, así que archivo mis fotos en el ordenador, como cualquier hijo de vecino.

Cuando llegué a las imágenes de mi adolescencia, además de horrorizarme por mi escaso gusto a la hora de vestir y de peinarme, me salió una sonrisa agridulce. Aquellos sí que eran buenos tiempos. La vida parecía ser eterna y en un año podían pasarte cientos de cosas: tenías más de cinco relaciones porque descubrías que el chico que te gustaba ya no lo hacía y fijabas tu interés en otro, tenías un montón de planes para los fines de semana, cualquier cosa que te ocurría era fuera de lo común, conocías personas nuevas casi cada día. Y lo mejor de todo: no te preocupabas por quién eras ni dónde querías estar en dos años. No planificabas la vida, la vivías. Echo de menos aquello, la energía, la falta de miedo, la habilidad para reinventarte cada día, las ganas de comerte el mundo a bocados.

Al pensarlo me viene a la mente una pregunta: ¿qué es lo que ha cambiado?¿En qué se diferencia esa chica de las fotos de mí? Quizá sean las responsabilidades, que te hacen ser cautelosa. O las decepciones, ya sean amorosas o de cualquier otro tipo, que te provocan recelo y no dejan que te arriesgues. O las expectativas que creas en los que te rodean, que esperan que seas responsable y cabal. O tus amigos, tu familia, tus vecinos, que se van casando y teniendo hijos, y que hacen que pienses que lo que tienes que hacer es seguir el camino marcado y dejarte de improvisar. O una mezcla de todo ello.

Quizá todas estas dudas que me asaltan se deban a que me encuentro en una etapa de oscuridad, de esas de replantearte qué coño estás haciendo mal. Vete tú a saber. Pero el caso es que intentaré volver a ser aquella chica, para que cuando me de otro ataque de nostalgia no sienta que la conozco de otra vida, de otro lugar.



domingo, 24 de abril de 2011

Ironías varias

Vamos a empezar por el principio: no me gusta el fútbol. Tampoco lo odio, simplemente me es indiferente. Ni sufro por un equipo, ni siento los colores de ninguna camiseta ni mucho menos me incluyo en el plural absurdo al decir: “Hemos ganado”. Pero sí reconozco el poder que tiene. Muchos han dicho antes que yo que los partidos son para la sociedad actual lo que el circo romano en tiempos del Imperio. El opio del pueblo que decía Marx de la religión.

Estas últimas semanas, casi como una alineación de los planetas, el país está convulsionado porque van a tener lugar cuatro enfrentamientos deportivos entre los rivales más acérrimos: el Barça y el Madrid. Las calles se vacían, los bares se llenan, las conversaciones se tornan monotemáticas, los aficionados se inflan de orgullo y competitividad. La gente se apasiona. Pero yo, desde mi silla, contemplo esto con estupor.

¿Cómo es posible que estemos viviendo una crisis de tal magnitud, que haya millones de parados, que haya revueltas populares a lo largo y ancho del globo, que una guerra se esté desatando en Libia, que sólo programen basura en la televisión y que la gente sólo desate su pasión y se manifieste y acuda en masa cuando 22 señores se pongan a dar patadas a un balón? Y creemos que somos más evolucionados que aquellos ciudadanos de Roma que se reunían eufóricos en el circo para ver como un león se jalaba a un cristiano.

A veces creo que lo han conseguido, que la idiocracia en la que vivimos ha logrado su fin: dormirnos con nanas, desencantarnos y hacer que reivindiquemos y luchemos sólo cuando un tío al que inmerecidamente le pagan miles de millones salta al campo de juego. Y eso me produce una tristeza inmensa.


sábado, 23 de abril de 2011

Desayuno con diamantes


¿Sabes lo que te pasa? No tienes valor, tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir está bien, la vida es una realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras porque es la única forma de conseguir la verdadera felicidad. Tu te consideras un espíritu libre, un ser salvaje y te asusta la idea de que alguien pueda meterte en una jaula. Bueno nena, ya estás en una jaula, tu misma la has construido y en ella seguirás vayas a donde vayas, porque no importa donde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma.

Desayuno con diamantes (1961)



viernes, 22 de abril de 2011


¿Qué coño está pasando?
Cada vez hay más gente y menos personas


Día gris

Hazme un favor y ten los cojones de mirarme a los ojos y negarme que todo lo que pasó fue real. Ten el valor de decirme que me lo inventé todo, que fue todo fruto de mi imaginación y mi tendencia a la exageración. Dime que desde el principio no fuiste tú el que hablaba de años deseando que esto pasara, que no podíamos evitarlo, que no podíamos negarlo. Miénteme descaradamente y confiésame que nunca escribiste los cientos de mensajes que llenaban mi buzón en los que decías que no podías esperar a verme. Y no te olvides de decirme que fui yo la que decía que eras él único para mí, que los demás no me interesaban, y no al revés. Hazme ese favor si puedes, y déjate de evasivas y de conversaciones de ascensor que no me va andarme por las ramas y me gusta que al pan se le llame pan y al vino, vino. Porque hay cosas que sé que fueron ciertas, lo reconozcas o no. Que hacer como que algo no ha pasado me parece de niño de parvulario que cree que un dedo puede tapar el sol. Pero dímelo, dime que aquello fue todo cosa mía o francamente, querido, calla para siempre.


jueves, 21 de abril de 2011

Reflexiones de tinto de verano

"Somos los hijos indeseados de Dios” decía Tyler Durden “¿y qué? Nuestros padres eran nuestros modelos de Dios, y si nuestros padres nos fallaron, ¿qué dice eso de Dios?”. Y no le faltaba razón. Quizá yo no sería tan vehemente en mi exposición pero me gustaría comentar algo sobre lo que he pensado últimamente y que tiene bastante relación con semejante declaración de intenciones.

Hace poco me encontraba en una terraza disfrutando de un día de sol y un tinto de verano cuando la conversación que mantenía con unos amigos tomó un giro dramático y se centró en los avatares de la vida moderna y la generación perdida a la que pertenecemos. Aunque no sé si sería justo llamarnos ‘Generación Perdida’, así con mayúsculas. Creo que esa etiqueta ya se la agenciaron los jóvenes de los 90. Somos una generación tan perdida que no tiene ni etiqueta propia ni pierde el sueño por conseguirse una. Hablábamos sobre cómo cambian las cosas, como ahora con 28 años ni tienes trabajo fijo, ni casa propia, ni en casos como el mío, pareja estable. Y no es porque no queramos, es porque no podemos. Tenemos estudios, sabemos hablar idiomas, hemos viajado por el mundo (algunos a destinos más exóticos que otros), somos independientes y hemos sabido adaptarnos a todas las nuevas tecnologías que han ido surgiendo cuando nosotros de pequeños éramos de Bollicao con cromo y rodillas peladas de pasarnos la tarde en el parque disfrutando de nuestra infancia. Estamos infinitamente más preparados que nuestros padres y sin embargo tenemos menos futuro que ellos en sus días de juventud. Por no hablar del tema ‘juventud’… ahora se es joven hasta los 40. Los 30 son los nuevos 20 y chorradas por el estilo, seguro que habéis oído frases como esa.

En definitiva, nos creímos el cuento con el que nos dormían cada noche: “Si quieres ser algo en la vida, hija mía, estudia” o variantes como “Si no estudias no llegarás a nada”. No es que nuestros progenitores nos odiaran secretamente y quisieran engañarnos sobre nuestras expectativas de futuro, es sólo que ellos eran los protagonistas de ese cuento, para ellos era algo tan evidente como que el sol sale cada mañana. Y nosotros, sin pensarlo, hicimos lo que se esperaba. Pero nos estafaron, la sociedad nos mintió vilmente. Después de pasarnos toda nuestra vida intentando adquirir los mayores conocimientos posibles descubrimos que no son suficientes. Y nunca lo serán porque, se pongan como se pongan, es imposible tener menos de 25 años, una carrera, un Master, varios idiomas y cinco años de experiencia. O yo soy demasiado de letras o las cuentas no salen.

Así que un día te despiertas de tu sueño de joven promesa con todo el mundo a tu alcance y descubres que no puedes permitirte independizarte porque los únicos puestos de trabajo a los que accedes son no remunerados o te pagan 300 euros (ni hablamos de aspirar a esa utopía de firmar un contrato), tampoco puedes irte fuera para ampliar tus conocimientos en inglés o en chino porque, una vez más, no tienes el dinero suficiente, y para colmo de males tienes que ir sola a las bodas familiares aguantando el tipo cuando te preguntan, con cara de asco: “¿Todavía no tienes novio?”.

Pienso en el Mayo del 68 y me digo a mí misma que, ante la injusticia que soportamos, los jóvenes deberíamos hacer algo. Deberíamos alzar la voz, protestar, rebelarnos. Pero un segundo después, otra voz en mi cabeza replica: “¿Rebelarnos contra qué exactamente?¿Contra el Gobierno que hipoteca el futuro de nuestro país y se queda de brazos cruzados viendo como nos vamos yendo poco a poco al extranjero a la espera de que nos valoren como merecemos en otro lugar?¿Contra los empresarios que se aprovechan de nuestra generación y la desesperación por meter cabeza y labrarnos una carrera?¿Contra nuestros mayores que no comprenden que los tiempos han cambiado y que no nos vamos de casa porque no podemos y no porque no queramos?¿Contra la Universidad que no pone diques y deja que cada año se licencien miles y miles de trabajadores disponibles que el mercado laboral no puede absorber?

Entonces hago callar a las dos voces, ante la imposibilidad de responder a las preguntas que la última de ellas me lanzó y sólo puedo concluir como Tyler Durden que “tienes que tener en cuenta la posibilidad de no caerle bien a Dios, él nunca quiso tenerte. Con toda probabilidad él te odia, pero no es lo peor que pueda ocurrirte. ¡No lo necesitamos! Que se jodan la maldición y la redención, somos hijos no deseados de Dios, así sea.


miércoles, 20 de abril de 2011

God only knows

Lo reconozco, soy una de esas personas a las que le gustan los Beach Boys. Pero también he de decir que tengo un gusto musical completamente aleatorio y sin criterio definido, aunque cuando me preguntan al respecto me gusta responder que "Me gusta la buena música, sencillamente". Os recomiendo que lo hagáis, saldréis del paso con un toque de estilo y elegancia, del tipo "Soy una persona tolerante y moderna que sabe reconocer el arte sin dejarme llevar por prejuicios ni modas". O eso es lo que yo creo que piensan. La verdad es que lo digo simplemente porque no me apetece mucho tener conversaciones con la clase de gente que para romper el hielo utiliza la frase "Y a ti, ¿qué tipo de música te gusta?". A veces, si mi interlocutor es un indiebarramoderno lo que me encanta es decir que sigo a las bandas (que no grupos, eso no es nada cool) finlandesas con influencias barrocas que aún no han editado sus maquetas.


Tokio Blues


En definitiva –así lo creo–, lo único que puedo verter en este receptáculo imperfecto que es un texto son recuerdos imperfectos, pensamientos imperfectos. Y cuanto más ha ido palideciendo el recuerdo de Naoko, más capaz he sido de comprenderla. Ahora sé por qué me pidió que no la olvidara. Por supuesto, ella intuía que mi memoria iría borrándose algún día. Por eso me lo pidió: «No me olvides nunca. Recuerda que he existido». Este pensamiento me llena de una tristeza insoportable. Porque Naoko jamás me amó.

Tokio Blues - Haruki Murakami

El arte de odiar

Cosas que odio:

  • Salir de casa en un día soleado y meterme en las profundidades del metro
  • Escribir algo pseudo-profundo y/o exquisitamente gracioso en el Facebook y que nadie lo comente
  • Comprarme un Rasca de la ONCE convencida de que hoy es mi día de suerte y que no me toquen ni 50 míseros céntimos
  • Ir a la facultad para asistir a la clases de un sesentón que tiene la desfachatez de llamarse a sí mismo profesor
  • Que me quede en casa un sábado por la noche y escuchar a la gente borracha riéndose en la calle porque creo que se están riendo de mí
  • Tener insomnio y que no me quede tabaco
  • Sentir que estoy fea, mirarme al espejo y constatarlo
  • La gente que dice que le gusta el cine sueco subtitulado porque queda más cool que decir que ayer viste ‘Sexo en Nueva York: la película’
  • Las modernas que llevan ropa ‘vintage’ que mi abuela se avergonzaría de llevar en sus tiempos
  • Los perroflautas que van a la facultad en el Audi de papá y que cogen apuntes en su MacBook Pro
  • Las señoras que huelen a cerrado
  • lAh gente qUe eSkriVe Assíííí
  • Las personas que se creen más listas que los demás y hablan con palabras muy largas y que ni ellos mismos saben qué coño significan
  • Los ignorantes orgullosos de serlo
  • Las faltas de respeto

martes, 19 de abril de 2011

Malos hábitos

Fumo demasiado. Lo sé. No es un buen momento para ser fumadora. Eso también lo sé. Me incomoda que mi médico de cabecera, cada vez que voy, me lance la odiosa pregunta: “¿Cuántos cigarrillos fumas al día?”. Ábrase visto insolencia. Preguntar eso me resulta de tan mal gusto como cuando alguien le pregunta a una dama cuál es su edad. Y no me queda otra que mentir: “Siete u ocho al día”. Sí, ya me gustaría. Pero tengo que mentir porque sé que fumo demasiado. Sé que me está matando pero adoro las películas antiguas en las que los personajes elegantes y sofisticados lanzaban sus frases lapidarias con un cigarrillo entre sus dedos. Y qué decir de los tipos duros que encienden su cigarro como una muestra de que hablan en serio cuando dicen aquello de “Born to be wild”.

Con todo esto lo que quiero decir es que soy consciente de que estoy siendo víctima de una muerte lenta pero segura, pero sin embargo, no puedo dejar de hacerlo. Y no quiero, qué cojones. Porque si dejara de hacer todo aquello que es perjudicial para la salud, amigos míos, mi vida sería más saludable pero también más aburrida.

Ahora es el turno de réplica de todos aquellos que se llevarán las manos a la cabeza con semejante discurso a favor del tabaco. Esa será una mala interpretación de mis palabras. No estoy realizando ningún discurso a favor de nada, sólo soy una persona reivindicando su derecho a suicidarse como crea conveniente. Antes de que lo prohíban también.

De principios y finales... y principios otra vez

“Hoy es el primer día del resto de mi vida”. ¿Cuántas veces habré dicho eso? No lo sé, ya he perdido la cuenta. Aunque, para ser sinceros, no importa si lo he dicho millones de veces porque la frase no deja de tener sentido. Es más, ajustándonos a su significado sería correcto decirlo cada día.

El caso es que esta mañana cuando me levanté de la cama ese fue mi primer pensamiento. Ayer, antes de dormirme, había tomado la decisión de pasarme los próximos tres o cuatro días encamada con el móvil y el ordenador apagados, llorando y rasgándome las vestiduras. Qué estupidez. Pero estaba segura de que eso era lo que me pedía el cuerpo. Sin embargo, al despertar fue todo lo contrario.

Será porque al fin y al cabo no me ajusta la etiqueta de “reina del drama”. O será porque ya no tengo cuatro años y el mundo seguirá girando quiera o no. El caso es que me fui a la ducha orgullosa de mi misma: “Silvia, eres como el Ave Fénix, resurgiendo de tus cenizas”. Pasé el día manteniendo velocidad de crucero, todo positividad y buenos deseos. “Hoy es el primer día del resto de mi vida”. Claro que sí, coño.

Pero llegó la noche. Tengo que informar que padezco insomnio debido a que no puedo controlar mis horas de sueño. Lo que para otros sería la madrugada para mí es mediodía. Me siento delante del ordenador, abro una Coca-Cola Light y enciendo mi décimo cigarrillo del día. Y aquí estoy, esperando que ese otro que tampoco conoce de horarios comunes teclee alguna chorrada y le de al Intro, y una ventana, acompañada por un molesto sonido, irrumpa en mi pantalla.

Para ser el primer día del resto de mi vida se parece bastante a todos los anteriores. No pasa nada, mañana será el primer día del resto de mi vida.


Descubrimientos personales

Imagínate que un día, un día como otro cualquiera, de pronto te descubres a ti mismo haciendo o pensando algo que nunca creías que harías o pensarías. Empiezas a darle vueltas. No lo comentas a tus amigos porque qué podrían pensar de ti. Al fin y al cabo tampoco tú sabes que pensar sobre ti mismo. Pasan las horas e intentas seguir haciendo lo que haces normalmente con la esperanza de que nadie note nada raro. Pero no puedes evitar seguir dándole vueltas. ¿Estarás cambiando? Poco a poco un pensamiento se va formando en tu cabeza: ¿y si realmente soy así y toda mi vida hasta ahora ha sido un fraude?¿Y si me engañé a mi mismo y a todos los que me rodean? Entras en pánico, te dan ganas de vomitar. Ya no puedes pensar en otra cosa. Ahora todo tu mundo está patas arriba. Pasas una de las peores noches de tu vida con el deseo de que al abrir los ojos todo haya vuelto a la normalidad. Pero no es así. Así que decides contárselo a alguien. Mientras lo verbalizas te das cuenta de que no es para tanto. Tu amigo te mira y te dice que no pasa nada, que no tienes que ser tan dramático. Y suspiras, aliviado. El peso de tu pensamientos ya está repartido entre dos. Y te relajas. Te das cuenta de que en el fondo no pasa nada. Sólo estás conociéndote. En eso consiste la vida, ¿no? En conocerse a uno mismo, en descubrir las sombras de tu personalidad. Renovarse o morir.

Lo que quiero decir con todo esto es que no es un pecado que entrada la veintena descubras cosas sobre ti mismo, cosas que quizá no te gusten o que jamás esperarías. No hay que dejarse llevar por las creencias populares. Vivimos en una época convulsa que nos presiona para que sepamos qué queremos, quiénes somos, cuáles son nuestros planes de futuro, pero que, sin embargo, no nos da tregua. Date prisa, la vida es corta, ten las cosas claras. Desde aquí yo digo: tranquilo, respira, siéntate a coger aire, tómate el tiempo que quieras en conocerte. Porque después de todo tú y sólo tú estarás contigo el resto de tu vida.

lunes, 18 de abril de 2011

El mundo según Garp



Wolf se mostraba cauteloso; ya había insinuado que consideraba que El mundo según Besenhaver era "un folletín melodramático que sería clasificado como no apto para menores". Garp no se había molestado. "Te aseguro que está fantásticamente bien escrito", había dicho Wolf, "pero no deja de ser un melodrama; de alguna manera es demasiado". Garp había suspirado. "De alguna manera", había argumentado Garp, "la vida es demasiado. La vida es un folletín melodramático no apto para menores, John".

El mundo según Garp - John Irving

Final del tercer acto




He de reconocer que no soy una persona muy dada a expresar mis sentimientos, ya sea en público o en privado. También me concederé a mi misma el hecho de que soy optimista, capaz de quitarle hierro a cualquier asunto y relativizar incluso cuando no debería. Llevo tantos años representando ese papel que lo tengo perfectamente interiorizado. Y hasta ahora me ha ido bien. Pero lo cierto es que de vez en cuando una debe abrazarse al deber terapéutico de regodearse en su propia mierda, de dramatizar y de dejar salir toda esa impotencia que lleva acumulada. Todo sea por no perder la cordura.


Por eso mismo hoy diré, sin miedo a equivocarme, que puedo sentir éste como el momento en que me cerré completamente. No es que esté siendo contaminada por haber estado escuchando Nirvana y Radiohead a un volumen tan alto que no podía escuchar mis propios pensamientos durante las últimas 48 horas para desgracia de mis vecinos. Es simplemente lo que necesitaba. Y quizá lo peor de todo es que escucho voces familiares de mis amigos diciéndome frases tan trilladas como “No pasa nada, que la vida no se acaba aquí” o “No puedes hacerte la víctima, tienes que seguir adelante con tu vida”, induciéndome a mí misma a no pensar más en el asunto. Pero es que necesito ser la víctima porque, de hecho, lo soy. La vida me ha puesto muchas zancadillas a lo largo de los años. Como a todo el mundo, pensarán algunos. Sí, como a todo el mundo, pero ahora estoy hablando en primera persona. La cuestión es que ya no puedo más y no pienso preguntarme por qué a mí. Sólo exijo mi derecho a sentarme delante de la pantalla del ordenador a ver cualquier comedia romántica y llorar durante horas mientras restrinjo mi dieta a cigarrillos y Coca-Cola Light.


Esta es una reflexión, un mero ensayo que mi mente necesita vomitar aunque desconozco cual es el propósito final. Al fin y al cabo el daño ya está hecho, no hay solución mágica que lo arregle. Lo único y maravillosamente tangible es que, de ahora en adelante ya no seré la misma. No confiaré en mi misma, ni mucho menos en mis elecciones y cuando alguien me diga que la vida es larga y que estas cosas le pasan constantemente a todo el mundo, yo soltaré una carcajada interna y cambiaré de conversación. Y si la vida quiere seguir tirándome al suelo yo se lo pondré más fácil de lo que se lo ponía hasta ahora. Simplemente me cerraré, no dejaré que nadie entre. Esa es la lección que finalmente he aprendido: no puedo regalar mis afectos porque incluso la persona que no podría traicionarme nunca acaba resultando un portador del virus que poco a poco mina mi sistema.


Espero que si alguien lee esto, alguien que me conoce de verdad, sea consciente de que pasarán años hasta que vuelva a abrir la puerta de mis pensamientos. Cuando le ponga punto final a este texto volveré a seguir desempeñando mi papel de chica despreocupada y que se guarda sus sentimientos para ella misma. El show debe continuar.

domingo, 17 de abril de 2011

If you think that you're strong enough...

Como la vida misma


Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acabará con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte.

Las partículas elementales - Michel Houllebecq